Una Ciudad que se mira al espejo y no se reconoce
04 Noviembre 2025
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La Ciudad de Buenos Aires tiene algo curioso, cada vez se habla más de innovación, pero se vive peor. Mientras el discurso oficial se llena de palabras como “modernización” y “eficiencia”, los porteños caminan mirando para todos lados, no por estética, sino por miedo. La inseguridad dejó de ser una sensación hace rato y es una rutina. El robo, el arrebato o la entradera son parte del vocabulario diario, y la famosa “Ciudad segura” parece haberse quedado en los spots de campaña.
No hay esquina donde no haya una cámara, pero cuando algo pasa, nadie ve nada. Se multiplican los centros de monitoreo, los uniformes nuevos, las camionetas con logos relucientes, pero la sensación es siempre la misma, el Estado llega después.
El tránsito, mientras tanto, se volvió una metáfora del desorden general. Calles que se abren y se cierran sin explicación, carriles exclusivos que complican más de lo que ordenan, semáforos que complican aún más la fluidez del tránsito. Las bicisendas, que podrían haber sido una buena idea, se instalaron como una obsesión ya que aparecen donde no se necesitan y desaparecen donde sí. Pareciera que la planificación urbana se hace con los ojos cerrados o con un mapa al revés.
A eso se suma una limpieza que ya no disimula su abandono. Contenedores desbordados, bolsas abiertas, veredas rotas y una mugre que se acumula como si fuera parte del paisaje y Ministros que acumulan críticas mediante sus community managers.
El contraste entre la postal que se vende y la que se vive es cada vez más evidente.
Y mientras tanto, el relato sigue intacto. Se habla de “Ciudad verde”, “Ciudad inteligente”, “Ciudad del futuro”. Todo muy inspirador, salvo por el detalle de que el vecino siente que vive en una Ciudad cada vez más incómoda, más hostil, más cara. Porque además, los impuestos aumentan, los servicios se deterioran y el espacio público se privatiza a fuerza de permisos y concesiones.
Buenos Aires se transformó en una gran vidriera que brilla hacia afuera, pero se descascara por dentro. El marketing político funciona como una mano de pintura sobre una pared húmeda, parece prolijo por un rato, pero enseguida vuelve a brotar la mancha.
Tal vez el problema no sea la falta de gestión, sino la falta de calle. Gobernar no es grabar un video con fondo de jacarandás, sino entender lo que pasa cuando el vecino sale a la vereda. La Ciudad se mira al espejo, pero ya no se reconoce. Y lo peor es que parece no importarle a nadie.